martes

Pulso 2

Tu memoria vengue a pedradas, contra los cristales...

Así me toma por sorpresa, Sabina de este rutinario día, retomo este espacio, el otro se volvió demasiado lacónico, creyendo quizás que así puedo elevar el vuelo de palabras, que es mi alimento diario..., levar anclas aunque el naufragio sólo permita levantar arena y no el viaje.

Una vez pasé por esto, de recoger poemas en las cosas más ínfimas, en intimarme y sintonizarme con los mensajes ocultos y etéreos que cada escena vivida me regalaba, y me regocijé en los versos que cada situación arrojaba, como un almohadazo en medio de la noche, la noche de la rutina, la noche aprisionante de los demás que como torbellino de ansiedad te rodean de compromisos y obligaciones.

Puedo declararme culpable, puedo demorar en silencio la traslación intermitente de mis palabras, puedo declararme inocente y salir en fuga a la praxis, pero es la cuerda floja, el eterno balance, de la poesía y la poesía hecha acción, sin él, el corazón se marchita, el alma se vela, la sonrisa sincera, se desvanece tanto como el abrazo y la misma palabra, cuando sale de cada boca.

Lanzo estas palabras, para cualquier escuchante, para el recuerdo, o las tumbas digitales, pero sigue siendo mi espacio propicio, anónimo, simbólico, este dominio de dos, donde no interesa interesar a nadie.

El diario no hablaba de ti, sigue Sabina, y ahora Estrellitas y duendes también se vuelve de nuevo otra escena donde encuentro alguna referencia de este estado en poesía, como en coma, como en constante desvanecimiento, esta sensibilidad, a flor de piel, que me desarma, para ser más fuerte, a golpes de palabras, es una droga, es una sensación, un aróbico de la mente ¿Como volcarlo a la irrealidad del presente?, ¿Cómo frivolizarlo? En las conversaciones frecuentes. En las tareas diarias. Quedarme sedado lo decido, por mi mismo, por mantener la cordura, por evitar los encierros, por prolongarme el entierro.

Calvino me puso alguna vez alguna guía para aventurarme en este nuevo siglo, y poner quizás hallar la fórmula: levedad, rapidez, visibilidad, multiplicidad, exactitud y consistencia, es decir, librar por la borda todo romanticismo, discurso, comedia, retórica. Decir lo justo pero con conciencia mucho más severa. Y qué hacer, te esforzás, perdés, te cansás... ¿Que ganás?. Pero hay que levantar la mirada, y cruzar de un salto la baranda, para salir a toda máquina, a dar encuentro a una musa y mostrarla real, palpable, y de mi formas desdibujarla vorazmente, con un sólo trazo si es posible, o con los mínimos permisibles, y dejar de lado la miríada de detalles.

Hablando de levedad...!.

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